taller tropical de tejido y bordado. Entrada libre.

martes, 6 de septiembre de 2011

La abuela

 Mira.
Allí, junto a la alberca.
Allí ponía el cacao
a secar sobre una manta.

Y el bochorno de la tarde lo doraba.

Mira.
Allí rezaba la novena.
Allí su espalda vigilaba
montada sobre las sombras.

Y el sereno de los patios la esperaba.

lunes, 8 de agosto de 2011

Rival

Como siempre hacía antes de acostarse, comenzó a apagar las luces de su casa mientras se dirigía sin zapatos a su cuarto.

Al llegar al pasillo, empezó a cantar su canción favorita.

Era la forma más práctica que encontraba para hacerse compañía.

 ― Rival de mi cariño....

Apagó el último foco.

Se había olvidado de la letra.

―...Rival de mi cariño...

La oscuridad completa de su casa y su silencio comenzaron a angustiarle.

Corrió hacia su cuarto y se aventó sobre la cama, sintiendo que alguien seguía sus pasos, como suele suceder en la penumbra.

Se persignó y cerró los ojos para dormirse de una vez y no pensar.


―....El viento que te besa...― le contestó un susurro tibio,  lamiéndole los pies que aún colgaban de la cama.

lunes, 1 de agosto de 2011

Atún con olor a Rigo

Había tenido uno de esos días nauseabundos en el trabajo, de esos cuando parece que todo el mundo está pensando en la mejor manera de irritarte y echarte a perder cualquier atisbo de falso optimismo que te inventes. El tráfico había sido, como siempre, una verdadera pesadilla de regreso a casa. Una hora de navegar por los constipados ríos que dan vida a la ciudad, donde los ojos ridículos de los extraños, representan los papeles de peces y piedras lamosas a través de los espejos retrovisores. 

            Cuando llegué a casa y me bajé del carro, lo único en lo que pensaba era en dormir, cerrar los ojos y dejar que mi noche interna hiciera lo suyo. 

          Al entrar, el húmedo aroma de Rigo me pellizcó la cara, y no pude sentir mayor tranquilidad. Ese olor siempre me confirma que estoy en casa, que no me he equivocado de puerta. 

            Decidí hacerme dos sándwiches de atún antes de dormir. Nada mejor que comer sándwiches de atún en un lugar empapado enel olor a Rigo.

Así es como yo concibo la paz.

sábado, 30 de julio de 2011

She, liberator

This was an opportunity I could not turn down. When she approached me at Safo's Café, I knew she would have total power over my will .
And she certainly did.
Since that gray evening,  full of coffee and strict directions I was demanded to follow, I've never been all by myself again when it comes to taking my own decisions.
Not anymore.
She released me from the inhumane but fragile prison of perceiving myself free, by unlocking the inconvienences of my imaginary freedom.
And for that I thank her.

viernes, 22 de julio de 2011

ni siquiera

Tras los pasos que dejaste, ya no hay nada.
No quedan ya, ni siquiera,
los vestigios de las huellas de tus marcas,
ni el olor del polvo en tus zapatos,
ni el ruido del cofre que arrastrabas .

No dejaste nada.
No hay un solo pie, ni un solo brazo,
ahora,
que no huya de mi tronco alucinante.

De los nudos vacíos de aquellas piernas
sólo quedaron los suspiros de sus roces.
Y sólo eso.

También, con la furia de tu boca,
huyó toda resonancia.
Ya no quedan ni siquiera los lamentos
de rodillas, de los codos,  muebles viejos.

Tampoco ellos se escuchan en mis huecos.
No hay nada más que este silencio que me invento.
No hay hilos, ni agujas, ni palabras,
ni lenguas que se doblen o se escondan.

En la habitación de los agujeros,
me dejaste sin aguja y sin estambre.
Completamente desvalido de ficciones.

martes, 31 de mayo de 2011

Contemplación del vigilante


Son las tres

y ya nado en la miel profunda

y diluida de tus ojos,

como quien intenta atravesar

la inmensidad de un lago virgen

que deslumbra.


Encandilado.


A la altura de los míos,

tu frente dormida, y sobre ella,

la sabana que acaricio,

rodeada de trigales de imposible siego,

se me extiende.


Tu claridad omnipresente,

no es nada ya de la luz o sus colores,

sino la pura solidez de tu carne

y de todo aquello que le mana.


Cierras ya los ojos.


Tu cuerpo fecundo

se enciende como lámpara,

y fulgores se esparcen en la suave superficie.

Luz debajo de las aguas.


En mi cama yace

tu tersura impenetrable,

el arca vulnerable

donde guardas tus latidos.


Las tres quince.


Aquí dejaste tu caja larguísima,

hecha de piel y de jadeos,

de madera más suave que mis sábanas.


Allá andas;

y te cubres de la lluvia de los tristes;

juegas con el sorgo en la campiña;

huyes de temblores provocados por gigantes.


Me nombraste celador,

solemne vigilante de tus restos

mientras viajas por tus claras lejanías,

las oníricas regiones apartadas de mi cuerpo.


Y yo,

sirviente de relieves y minutos,

espero ansioso tu retorno,

para nadar de nuevo

en el asueto que dispongas.


lunes, 30 de mayo de 2011

La montaña indiscreta

La montaña nos mira de soslayo.
La montaña estirada te mira
y rompe con el filo de sus picos
la estrechez del cielo que nos cubre

y ese gris que tanto te emociona
sólo enmarca el calor que nos define.
Aquí estamos, los dos de siempre.
Sien con sien, mano con mano, sabemos,
no somos los únicos del mundo.

Y nunca lo seremos ― te pienso,
y me regalas un ya sé en voz baja.
La montaña que te mira sopla,
nos dice que nadamos en el charco
de lo nuestro simple, lo ordinario

de la noche siempre ciega ,muda;
siempre sorda para lo más sublime.
Por eso me miras y me besas.
Nadamos dentro de la noche tibia,
presos de este amor que nos susurran.

Y la montaña nos mira de soslayo.

martes, 24 de mayo de 2011

La muerte encalorizada (fragmento)

¿Qué puedo decirte? Ésta es una tierra donde todo el año florecen las tragedias. Hubo una familia que un día tuvo la estúpida idea de descansar bajo un árbol, cuando cayó una tormenta de esas típicas de septiembre y un rayo los hizo a todos de piedra. Así, sin más. Prangán. El padre, la madre, los tres niños, el árbol. Todos quedaron teñidos de negro y de gris como carboncitos encendidos que luego se apagan con la lluvia.
La cantidad de jóvenes que, antes de cumplir los veinte, han muerto en accidentes en la carretera es una cosa de locos. Si cada chamaco muerto reviviera, bien podríamos llenar el parque entero con ellos, como en uno de esos mítines de arreados cada tres años.
¿Crímenes pasionales? Montones. Hace un año mi abuela fue al velorio de don Tirso, el de la farmacia. Mató a su querida y al novio vaciándoles el revólver, no sin dejar una bala para su boca, y también una esposa y tres hijos llorando. Mi abuela sufrió más por la zozobra de saber que no vería a su compadre en el cielo, por cometer triple pecado mortal: infidelidad, asesinato y suicidio.
Si te digo que ésta es tierra de tragedias.
―¿Tú por qué crees que sea?
―Es el sol y la humedad que desencaja a la gente si se deja, que la vuelve salvaje y agresiva, como nauyacas en brama. Es la humedad desesperante que atraviesa el suelo, las paredes, los cabellos, los huesos, la voluntad y la razón. La humedad y el calor que duran todo el año, y la muerte enloquecida que hace su agosto de enero a diciembre.
Estoy seguro que en un clima más civilizado la mitad de estas tragedias no habrían pasado de una que otra fractura o algún bofetón bien dado.
Pero aquí la muerte siempre anda suelta, sedienta y encalorizada.
En esta tierra en la que los mangos se pudren en las banquetas y uno que otro sueño se fermenta hasta volverse licor.
―Y se bebe….
―O se conserva para exhibirse, para mostrarle al mundo cómo es que aquí se sueña…

domingo, 1 de mayo de 2011

Tocan

Eran las tres de la mañana y Julio seguía tocando la puerta, en plena madrugada de la calle. Impaciente, golpeaba cada vez más fuerte, mordiéndose los propios dientes. Algunos vecinos desvelados fingían no escuchar el sonido de las llaves golpeando el portón de metal en el número 1407. Mientras tanto, algunos otros integraban el ruido a sus respectivos sueños, sin darse cuenta.

Inés, la secretaria, se veía encerrada en el baño de la oficina, llorando de angustia y escondida de una balacera que tenía lugar en la acera de enfrente. Estaba acurrucada debajo del lavabo blanco y , con el cabello mojado entre los labios, sostenía la foto de sus padres sobre el pecho.

Doña Puri, la anciana de la esquina, oía a su esposo clavar el retrato de bodas en un muro altísimo, todo hecho de acero. Ella se burlaba discretamente y con ternura de la terquedad de don César, mientras bordaba las chambritas para sus dos hijos casados que vivían al otro lado del metal.

Adrián, el universitario, tenía un examen en cuatro horas. Soñaba que estaba en un salón muy pequeño, como del tamaño de su baño, con catorce compañeros presentando un examen imposible. Ante él, la lista de palabras iba creciendo por sí sola, como una bufanda que se desteje. A cuatro asientos de dónde él estaba, Lulú, su amor imposible desde la preparatoria, golpeaba el mesabanco con la punta de su pluma , para no jalarse ni morderse los cabellos.

En la calle, Julio se sentaba en la banqueta, con la frente colgando como una hamaca entre sus puños.

miércoles, 20 de abril de 2011

La nariz enamorada

Ésta era una nariz. No una nariz cualquiera, como las que abundan por ahí pasando desapercibidas, sino una afilada y coqueta, aunque, es bueno decirlo también, un poco tímida y tranquila. Era bella y partida a la mitad en la punta, como muchas cosas en la vida.
Su pasión era oler las latas de cerveza que debajo de ella se mecían. Sí, su vecina de abajo era una hedonista, golosa incontenible. A su puerta entraban bocados de todo tipo, sabores, orígenes y consistencias. Sin guardar respeto por las horas, lo mismo entraban por la noche, a veces en plena madrugada, que en las tardes o a mediodía. Sólo cuando la nariz dormía, parecía descansar un poco de tanta molestia. De vez en cuando, alguno de estos invitados sin horario, despedía un aroma intenso y agradable. En estas ocasiones, la nariz se olvidaba un poco del estrés cotidiano y gozaba, no sin culpa, salpicándose del deleite ajeno.
Pero, generalmente, se veía asaltada por la envidia.
¡Pero qué vecina tan promiscua! ―solía resoplar la nariz, sinceramente irritada.
En todo caso, era feliz. Se trataba, digamos, de una nariz apasionada de la vida. Podía distinguir entre una gran cantidad de aromas distintos, y era particularmente sensible a los dulzones con cierta temperatura tibia. Era temerosa del frío, y, al sentirlo, le cerraba todas las entradas. El polen la molestaba al grado de hacer tremendos berrinches, por cierto bastante histéricos, en su presencia.
(Había pospuesto ir con un psicoanalista porque era una nariz algo tacaña).
Pero un día, la nariz se olvidó de su vecina, del frío y del mundo, al enamorarse perdidamente de un aroma como el que jamás en su afilada vida había sentido. Sucedió una noche de diciembre en un coctel a donde diversos olores fueron invitados. La nariz estaba ya durmiéndose del aburrumiento, cuando sintió un perfume sutil atravesar su espíritu de pronto, sin ningún tipo de clemencia. El aroma se le quedó untado por minutos y después desapareció por varios meses, sin llamar. Pasaba horas sin dormir, creyendo que de pronto aparecería. Por momentos llegaba a olvidarse hasta de sí misma, hasta que el olor surgía de lugares insospechados y la tomaba por sorpresa. Ella perdía la tranquilidad al tratar de asirle lo más posible, hundiéndose en una súplica desesperada.

¡Quédate esta noche, por lo que más quieras! le rogaba a su ser amado , llorando el desconsuelo a través de la fosa.

Pero los aromas que se aman no se quedan mucho tiempo en las narices.

Llegan a ratos, dejando tan sólo la triste promesa de volver, uno de estos días...

martes, 19 de abril de 2011

El sobre

Cuando Hernaldo por fin llegó a casa de Diego, éste lo esperaba con una ansiedad que lo había dejado ya sin uñas que morderse. Al primer timbrazo, Diego abrió la puerta y lo hizo pasar a empujones a la sala.

¿Por qué tardaste tanto?, le reprochó con su mirada estrábica detrás de los voluminosos lentes cuadrados.

Hice todo lo que pude por venir antes, pero debes entender que no es fácil salir sin darle explicaciones a Leticia, y menos a esta hora. ¿Me puedes decir al fin qué es lo que te pasa?

Diego lo miró a los ojos, encorvado, y soltó un suspiro que no fue más que otro mensaje desesperado. Hernaldo lo siguió hasta su cuarto, un tanto cansado de las exageraciones que consideraba habituales en su primo. Diego cerró la puerta en forma cautelosa, como si alguien más viviera en su departamento, y se dirigió al buró, donde tomó un sobre blanco tamaño oficio que estaba a un lado de la lámpara.

Por esto fue que quise que vinieras cuanto antes, Hernaldo. No sé qué hacer ahora. Tengo miedo de cada segundo que sigue transcurriendo mientras me llega una salida. Tú sabes bien que eres mi único amigo. Mi confianza entera te pertenece, Hernaldo. Si no es a ti, no sé a quién más recurrir.

Hernaldo tomó el sobre sin dejar de ver a Diego directamente al ojo que todavía vivía. Con una expresión de respetuoso escepticismo, lo abrió sentándose en el borde de la cama. Sacó de él un oficio mecanografiado, y vio primero el par de firmas de tinta azul que brillaban al final del texto. Diego estudiaba cada facción del rostro de su primo, mordiéndose las yemas de sus dos pulgares.

Cuando terminó de leer, Hernaldo arrugó el ceño, y tragó un poco de saliva amontonada. Dobló el papel y lo volvió a meter al sobre, lentamente, sin mirar a Diego. Se levantó con la calma de siempre, y envolvió en un abrazo completo a su primo , quien ya temblaba como un animal mojado.

Tienes que salir de aquí hoy mismo, le dijo, sin dejar de apretarlo. Diego, con los lentes empañados, le mojaba el hombro derecho con un grito que no pudo salir de su garganta.

sábado, 9 de abril de 2011

José El Cieguito.

Mira.

Ahí viene José El Cieguito.

El palo que usa de bastón va oliendo los rincones de las banquetas por delante, como un perro guardián hambriento. José El Cieguito va detrás, con los ojos encerrados, temblorosos, blancos. Su guayabera arremangada alguna vez también fue blanca y , para el coraje de tantas abuelas en Pichucalco, nunca estaba abotonada de las mangas.

Es que le hacían falta unos botones.

El palo besa los petriles antes de anunciar los desniveles peligrosos. Es un bastón solemne, pero risueño . Palo pobre, pero honrado.

¡Ahí viene José El Cieguito!

Con el vaivén de su bastón, va arrastrando las suelas en su baile rumbo a misa. Su amplio pantalón gris es más claro en las rodillas. Sus dedos carcomidos, blancos color polvo, salen de sus huaraches a presumirle al pueblo sus años de experiencia.

La gente piensa que va hablando solo.
Pero José El Cieguito platica con su palo. Le va contando lo que ve, allí adentro de sus párpados.

Le canta.

Y el palo le contesta.

Sabe que ha llegado al parque porque los susurros de su amigo son distintos. Más lisos y vibrantes. El murmullo de la gente le llega a sus oídos en tonos verduzcos, aleteados de paloma.

Buenos días, José.

Buenos días, madre. Dios me la bendiga.

Adiós, José. ¿Vas a misa de doce?

Como Dios nos manda, cuñao. Ahí te veo.

Las risas, los saludos, los susurros del palo.

Y el parque que desborda mediodía.

José El Cieguito no la ve, pero va sintiendo la resolana que lo acaricia rumbo al templo, a pasos cortos, a vaivén decente. Se dirige orgulloso a su cita con Dios.

De pronto, el ceño se le frunce. Un presentimiento le enchina los hombros.

Los escucha.

Huele a niños.

Los huele.

Oye sus risas inclementes. Sabe que las risas se dirigen a su oreja. Viajan por el aire sólo para que él las oiga.

Su palo le dice que se calme.

Padre nuestro que estás en los cielos...

José El Cieguito calienta los motores para el Padre.

Diosito es bueno, piensa, y Él nunca se ríe.

Risas.

José El Cieguito sabe oler las risas. Siente el escozor en la espalda, en la nuca. Las saborea desde que era niño.

Distingue muy bien el zumo amargo de la burla, su caricia de purgante.

Sigue caminando. Va derecho rumbo a misa. La mitad del parque aún lo espera.

Su palo está tenso, nervioso. Las risas han callado.

Sólo se oye el arrastre de sus suelas, y el bastón tartamudeando.

Y , de pronto, se escucha el coro:

¡José! ¡Se va a acabar el mundo!

El grito lo interrumpe todo. Las suelas de José se han detenido. La sangre le ha subido, de golpe, de los pies a las pestañas, y sus ojos tiemblan aún más que de costumbre. Su rostro , tallado en almendro, se transforma en caoba roja, fina, encendida. La sangre se le hace agua hervida, y el propio vaho que le sale , le sabe a leche agria. Los dedos de los pies se le acomodan, como babosas salpicadas de alcohol.

Su oído olfatea la dirección de los chamacos.

El bastón se queda tieso del pánico. Está hecho palo. El puño de José lo aprieta como si quisiera quebrarlo. José voltea. Los niños ahogan las risas en las manos.

De pronto, el silencio.

Los niños frente a él, saben lo que sigue. Están listos para salir corriendo.

José El Cieguito, encolerizado, se acerca y abre sus párpados telones frente a ellos. Les muestra la blancura de sus canicas grandes. Sus ojos borrados con engrudo. Los niños quedan presos de una fascinación que les espina.

Y entonces comienza.

Hijos de su chingada madre. Gritos. La gran puta que los malparió. Corren. Por qué no van a jugar a la chingada que los trajo al mundo. El palo al aire. Palazos. Palos. José El Cieguito corre siguiendo los gritos. El palo muerto de miedo, lleva los pies al aire, al frente, buscando niños. Se escucha el palo quebrándole la madre al aire.Fum. Fum. Jijueputas. Fum. Gritos.

Y de pronto, carne. El palo golpea una espalda que lanza un grito de dolor y espanto. El grito de un niño que lamenta no correr más rápido. José El Cieguito ríe. Su rostro tiene la cara de éxtasis de los santos mártires.

El niño en el suelo, a sus pies antiguos. La uñas ven al niño a los ojos, que les lloran. Se burlan.

El palo apunta al cielo, obedeciendo la voluntad de un puño en cólera. José quiere rematar al niño. Quebrarle los huesos. Sentirlo. Se estremece al oír por anticipado el hueco del hueso que se romperá. De la sangre que salpicará la banqueta. De los dientes que saldrán volando. Matarlo a palos. Molerle la vida hasta que se extinga. Aquí está tu fin del mundo, desgraciado, comemierda.

La piel de todo el cuerpo se le estira, saboreando de una vez el grito que aún no llega.

Sus orejas salivan.

Pero el niño se levanta, jalado por unos brazos largos.

El palo muere en los mosaicos del parque, partido en dos, sacrificado. Si no es que del susto ya había muerto antes.

Un niño llora consolado por su madre. Las palomas y los zanates salen volando , abandonando las copas de sus árboles, sus bancas, sus mosaicos. Lo que queda del parque acompaña a los niños asustados.

José deja los restos de su amigo palo en el suelo. El sudor sobre la cara enfría su pena.

Hay que ir a misa.

Cuando la cólera comienza a irse, y el tercer repique lo despierta, le grita que ya no tarde, escucha un reclamo de señora. La voz que se quiebra entre el miedo y la ira.

Bestia, desgraciado. Pinche ciego. ¡Son niños!

Las suelas se arrastran, de nuevo, a la puerta de la iglesia.

Son las doce.

¡Pa qué engañan! , dijo José El Cieguito.

miércoles, 6 de abril de 2011

Ciudad de sirenas y culebras

Hay un mundo de sirenas allá afuera.
Nunca acaban de esparcir su queja.
Su lamento.

Allá van...¿las oyes?
Sirenas van nadando por las calles
angustiadas, apuradas, salpicando,

agitando con sus colas las aguas de las calles.
Las venas del Monterrey que se desangra.


Las camionetas con hombres que van trepados, que llevan máscaras, son ya parte del paisaje urbano de Monterrey. Estos hombres silenciosos llevan en sus brazos armas largas, amenazantes culebras que van apuntándolo todo. Uno puede ir de compras, regresar a su casa de un día cansado en el trabajo, ir a la escuela, recoger a los niños... y de pronto , de la nada, aparecen. Los vemos colarse entre nosotros, con sus rostros escondidos. Los vemos apuntar, aunque no apunten.

A veces usan uniformes de un azul oscuro, color noche. Otras, van de un verde hoja seca. Pero siempre combinan muy bien sus ropajes con sus camionetas. Tienen un sentido propio de la moda, digamos, algo conservador y llano.

Ellos dicen ser los buenos.

Pero otras veces uno se puede tapar con tipos que no combinan. Te encuentras frente a ellos cualquier día: hombres armados dentro de autos y ropas de cualquier color. Les gusta ser originales, ir de civiles... aunque estrictamente no lo son , porque llevan armas... o yo ya no sé. Van en camionetas blancas, cerradas, vestidos con trajes o con camisas semi-abiertas. Les gusta sacar la punta de sus culebras por la ventanilla. Les encanta rechinar las llantas. A ellos, la gente les llama "los malitos", como de cariño. ¡Y cómo no los vamos a querer, si somos de los mismos! Es gente que también salió de nuestras calles. En realidad, los malos son los culebrones. Y, como correspondiendo el afecto, ellos siempre dan la cara. Raramente usan máscaras, y no los culpo, con el calor que hace en estas tierras, ni quién quiera llevar un trapo negro y caliente sobre la cabeza.

A veces resulta que uno y otro se pasan al bando contrario. O bien, en la noche andan en una camioneta, y en el día en otra. ¿Te imaginas? ¿A qué horas duermen?
Creo que lo hacen como para estar activos, para no entumirse. Así, también cobran doble. En esta ciudad, el tener dos trabajos dignifica. Aquí se trabaja duro para comprarse cosas, y si es posible, se dobletea.

No creo que sepan muy bien - todos ellos, los de las culebras enrolladas en los brazos - quiénes son los buenos y quiénes son los malos. En todo caso, también les gusta autodespistarse.

Mientras tanto, rondan. Les gusta rondar , y rondan.
Los dos tipos de gente armada están por todos lados, y cada vez asusta menos encontrarlos.
Yo ya no sé quién es quién.
Sólo sé que por los pleitos que se tienen, sus culebras han matado mucha gente.
No las saben controlar.
Como que un día, llegaron sus jefes - que como todos los jefes, entre ellos son grandes amigos , aunque sea hipócritamente- y se las dieron, diciendo:

Órale cabrones, ahí están sus culebras, a escupir balas, o se los lleva la chingada.

Y la chingada se hizo carne y habitó entre nosotros, porque a las culebras les encanta matar gente, y , además, a eso se dedican. Si lo piensas, son afortunadas, porque no cualquiera puede decir que le encanta eso a lo que se dedica. Ah, pero ellas sí ... felices mate y mate.

Indudablemente, la cara de Monterrey se ha transformado. Como siempre, la culpa debe ser de los migrantes. Tanta sirena, culebra y máscara que se dejó venir, sin avisar, tan de repente.

martes, 5 de abril de 2011

Corpus dixit

La soledad del cuerpo me lo grita:
No soy yo quien habita el hueco inerte,
seco y marchitado de la vida.
Es un racimo abierto de alientos ancestrales,
de mariposas muertes que vuelan en lo incierto.
No soy más que un montón de poros hacinados
en la casa en ruinas que llamamos cuerpo.
Y no es el mío, no hay tuyo ni nuestro.
Todos somos un amorfo cuerpo maltratado
con el alma en millones dividida.
Somos células del tiempo milenario
del tiempo que persigue a sus adentros;
la sangre color carne que corre por sus venas.
No fui yo quien me lo dijo todo.
Fue esta bolsa de palabras y de huesos.

lunes, 31 de enero de 2011

"Enfermario" de Gabriela Torres Olivares.





"Enfermario" es uno de los libros de cuentos que más he disfrutado. Por los estremecimientos que tuve al leer su prosa, este libro pequeñito merece un lugar especial en mi librero, cerquita de "Cuentos de amor, de locura y de muerte" de Horacio Quiroga.




Sus personajes no podrían pertenecer a un circo, aunque los padecimientos que encarnan bien saciarían hasta al más morboso.Y no podrían hacerlo por la forma en que la cotidianidad es plasmada en cada relato: Estos seres extraños fácilmente pueden ser nuestros vecinos, o andar junto a nosotros por las calles.


Sin duda, el cuerpo es el personaje principal, dentro de esta extraña galería, a la vez tan propia. Los personajes que habitan este libro sufren de un cuerpo en carne viva, que los confronta con su humanidad. Entre esmegmas, diabetes, espejismos, muñones, canibalismo, reality shows y un cáncer, la carne da cuenta de la existencia, en ocasiones patética, y, por lo tanto, ominosamente compartida.

....
"Tía Emilia jamás fue la misma después del vacío. La muerte de su pie, así la llamaba, fue parteaguas para el inicio del fin..." Fragmento de 'Azúcaramargo'.

"Mi tía Lola, quizá hastiada de los predecibles juegos con frijoles, los introdujo en todos los huecos de su cuerpo. Quizá expectante de algún resultado menos aburrido; quizá intrépida, quizá temerosa, quizá hedonista, quizá." Fragmento de 'Maceta de carne'.

"Además de dientes, cabello y uñas, tenía un hueco al centro. Un espacio donde se guardan las moléculas del recuerdo. Estamos, entonces, hablando de un cáncer con memoria" Fragmento de 'Oncofilia'.

-personals-

  • Se solicita alguien para tener en quien pensar.

  • Se busca recetario para saltar los muros de aquél cuya imposibilidad de deseo por mi cuerpo le evita gozar de los más bellos placeres del mundo.

  • Busco alguien que piense todo el tiempo en mi, pero que no se note.