taller tropical de tejido y bordado. Entrada libre.

martes, 19 de abril de 2011

El sobre

Cuando Hernaldo por fin llegó a casa de Diego, éste lo esperaba con una ansiedad que lo había dejado ya sin uñas que morderse. Al primer timbrazo, Diego abrió la puerta y lo hizo pasar a empujones a la sala.

¿Por qué tardaste tanto?, le reprochó con su mirada estrábica detrás de los voluminosos lentes cuadrados.

Hice todo lo que pude por venir antes, pero debes entender que no es fácil salir sin darle explicaciones a Leticia, y menos a esta hora. ¿Me puedes decir al fin qué es lo que te pasa?

Diego lo miró a los ojos, encorvado, y soltó un suspiro que no fue más que otro mensaje desesperado. Hernaldo lo siguió hasta su cuarto, un tanto cansado de las exageraciones que consideraba habituales en su primo. Diego cerró la puerta en forma cautelosa, como si alguien más viviera en su departamento, y se dirigió al buró, donde tomó un sobre blanco tamaño oficio que estaba a un lado de la lámpara.

Por esto fue que quise que vinieras cuanto antes, Hernaldo. No sé qué hacer ahora. Tengo miedo de cada segundo que sigue transcurriendo mientras me llega una salida. Tú sabes bien que eres mi único amigo. Mi confianza entera te pertenece, Hernaldo. Si no es a ti, no sé a quién más recurrir.

Hernaldo tomó el sobre sin dejar de ver a Diego directamente al ojo que todavía vivía. Con una expresión de respetuoso escepticismo, lo abrió sentándose en el borde de la cama. Sacó de él un oficio mecanografiado, y vio primero el par de firmas de tinta azul que brillaban al final del texto. Diego estudiaba cada facción del rostro de su primo, mordiéndose las yemas de sus dos pulgares.

Cuando terminó de leer, Hernaldo arrugó el ceño, y tragó un poco de saliva amontonada. Dobló el papel y lo volvió a meter al sobre, lentamente, sin mirar a Diego. Se levantó con la calma de siempre, y envolvió en un abrazo completo a su primo , quien ya temblaba como un animal mojado.

Tienes que salir de aquí hoy mismo, le dijo, sin dejar de apretarlo. Diego, con los lentes empañados, le mojaba el hombro derecho con un grito que no pudo salir de su garganta.

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