taller tropical de tejido y bordado. Entrada libre.

domingo, 29 de enero de 2012

Quincho.

Los mares de mi padre

                                                                                             de  Joaquín Vásquez Aguilar


por todos los mares ha andado mi padre
por los de la sangre de su próstata muerta

por el de las doscientas gruesas de bagre cuando
pescaba con mi tío Ventura allá en Garcilla,
      en el estero
de la Joya, hará unos treinta años

por el de la Ciudad de México, a la que no quería
ir porque decía que iba a morirse de frío, de ruido,
de aplastado

por el de sus inevitables borracheras antes de que lo
operaran (¿qué pescador no se ha emborrachado
   nunca bajo
los mangos y las palmeras, entre mortuales
y casorios?)

por el gran mar de mi abuelo
rodeado de espantos y respeto,
fundador de Cabeza de Toro y de nosotros

por el de mi madre
costilla para siempre de su cama
de su quehacer
de su vejez

por el del pueblo
del que conoce muy bien sus juntas ejidales
sus difuntos
su condición de pequeño juguete de la política

por el de sus compadres innumerables

y también por los mares del canto de Jack London
en los que gusta internarse por las tardes
acostado en su hamaca

viernes, 27 de enero de 2012

Estoy harto de los poetas que hablan de pechos, vaginas y penes para sentir que son audaces. Como si no existiesen más protuberancias en el cuerpo u orificios en el alma.
Ha de ser muy difícil pensar el erotismo sin colocar ese vulgar embudo de plástico rojo,
ése que sólo deja pasar las partes primitivas: la puerta al mundo y su primer bocado.
Odio que se olviden de la sal en la mano prohibida.
La ardorosa sensación del piso frío sobre la espalda.
El dedo en el pastel.
La salchicha en el pan.
El café que se queda en la lengua y le da vueltas en la noche.
La corteza del árbol sobre la mano caliente.
Las piernas ciegas de jabón en las duchas.
Las tardes donde el cruce de brazos nos es suficiente.

Las otras dunas del porno, pues .

viernes, 20 de enero de 2012

un miércoles cualquiera

Los días pasaban uno tras de otro, como en fila india para el banco, lentamente, aburridos. No se detenían nunca, ni siquiera para tomar el fresco, porque el fresco no estaba ahí para ser tomado por nadie. No estaba. Un Miércoles cualquiera veía pasar los días, uno tras otro, con la cara de no tener preguntas. Un buen día uno de los días se salió de donde estaba y lo miró a los ojos. ¿Qué tanto esperas?, le preguntó de forma franca. Miércoles no supo responderle y al día siguiente se formó con todos los días a esperar su turno.

jueves, 19 de enero de 2012

Es el olor del tiempo el que me caga
los cabellos que deja en el jabón
su vieja ropa en el piso
la manía de no cerrar las puertas
y dejar manchados los espejos.

No es a él a quien detesto.
Me molesta su sombra
la luz encendida detrás de su puerta

su condición de huésped indeseable.

viernes, 13 de enero de 2012

Beso matinal

Con el sabor a café
frío de ayer por la mañana
tus ojos se efervecen en mi lengua.
Con el sabor a café,
fío
(café de ayer por la mañana).

Y amanezco saboreando tus pestañas.

Con mi lengua adormecida en el silencio
mis ojos te suplican
-Bésame! Mas hazlo tú:

De mi no esperes nada. 

(Y mis labios dicen:
-¡Buenos días!)

martes, 3 de enero de 2012

Hospital (de Joaquín Vásquez Aguilar)

para jaime sabines
y enoch cancino casahonda



quiero agradecer
a todos mis amigos que donaron sangre
al médico responsable del quirófano
a las enfermeras de prisa para acá y para allá
a mis familiares
y a todos los muertos que se despidieron efusivos
el haberle devuelto a mi padre su Emeterio
quiero agradecérselos con un manglar
con un montón de tortugas
con Chico Robles
y con camarones de la madrugada
muchas gracias con trago para todos

Joaquín Vázques Aguilar: cuando un poeta toca a tu ventana una tarde de recuerdos de mar

Ya tenía su nombre registrado en una gaveta de la memoria, pero nada más.

De pronto un día, lejos de mi tierra y de mi acento, en mi nueva casa y mi nuevo suelo, lo hallé al desempolvar mis libros viejos, heredados.

Su poemario estaba guardado en una gaveta de mi escritorio.

De Joaquín Vázques Aguilar ( así está escrito su apellido en  "Casa", editado por la UNACH en 1984- el año de mi nacimiento, por si hacía falta mencionarlo) sólo sabía que era originario de Cabeza de Toro, un pueblito costeño del municipio de Tonalá , Chiapas....y que en vida lo apodaban "Quincho".

Ahora sé que murió en 1994, que su obra es elogiada y estudiada por algunos eruditos y discretos admiradores, al tiempo que es ignorada por la mayoría. 

Quizá opacado por los grandes poetas chiapanecos, su nombre sencillo se pierde entre los referentes de siempre....o tal vez sus tristes murmullos de mar se esconden de los reflectores a propósito. De cualquier modo, no ha sido fácil encontrar sus textos viviendo en Monterrey, y mis amigos de Chiapas están en las mismas.

 En la búsqueda propia por el camino espinoso y solitario del tejido de palabras, sus metáforas manglares, zopilotes, árboles, pescas, don Emeterio su padre y las canoas, la piel oscura, la arena, las tortugas y  el camarón que adornan el libro que tengo en mis manos forman una grata inspiración que golpea como las olas y me deja con los ojos húmedos y salados (no sé si de lágrimas o de mar ).

Joaquín Vázques Aguilar es para mí, desde el año pasado, un maestro escurridizo y huraño... y un amigo triste, solitario y angustiante como un domingo en la noche de pueblo al que escuchar.


Exhorto a quien tenga textos de Quincho para que los compartamos.

Por lo pronto, yo mismo les dejo una joya que encontré en internet: una grabación donde podemos oírlo leer algunos de sus poemas.

http://www.archivosonoro.org/?id=316

Magresal

                                                                                                  

                                                                                                           de Joaquín Vásquez Aguilar.


A la orilla del estero de Cabeza de Toro, cerca del embarcadero, hay un magresal. Es el árbol más viejo de todos. Es tan viejo que se le han caído todas las hojas, como a mi padre se le ha caído el cabello. Tal parece que ha estado allí desde siempre, desde la raíz de los siglos. Todavía sigue de pie a pesar de que por él han pasado todas las calamidades: chubascos, inundaciones, temblores, quemazones, comejenes. Además de ser el más viejo es también el más corpulento. De él podrían salir montones y montones de leña para abastecer por días y días los fogones de las casas de la ranchería. Al amanecer, cuando se viene de pescar y el estero se abre al día con el verdor fresco del manglar y la alegría blanca de las garzas, el magresal se alza con su grotesca figura esquelética y ceniza. Siempre lo he visto con ese color cenizo, como de salitre sucio. En la época en que iban a matar a mi tío Juan todavía daba hojas y dicen que su aspecto no ha cambiado mucho. Lo de mi tío Juan pasó bajo este mismo árbol y fue por lo de una canoa robada. Empezó la cosa como simple discusión pero luego el otro sacó una daga y lanzó un tajo; el cuchillo se clavó en el tronco del magresal y en ese momento intervino mi padre con su enorme estatura y su vozarrón y aplacó al ventajoso. Ahí quedó todo. "Esta puñalada iba a ser para mí, tengo que borrarla" dijo mi tío y al poco tiempo le prendió fuego al magresal. El humo se elevó por varios días hasta que un aguacero lo apagó; sólo llegó a quemarse una parte del tronco y algunas ramas bajas. Y ahí sigue aún seco y pelón, con su eterno color cenizo. Tal vez por eso es el árbol preferido de los zopilotes. Cuando los primeros pescadores van arribando al embarcadero ya están trepados en el magresal, al acecho de la tripa de pescado; es su comida preferida. De ahí a lo que falta del día los zopilotes no se van; ya muy alto el sol sale el último pescador pero los zopilotes no se van. Como que ya le tienen cariño al magresal; como que en sus ramas encontraron el sabor de la confianza. Y si uno se pone a pensar que estas aves cometripas son las mismas, y no otras, que llegan todos los días al huesudo árbol, uno se dará cuenta de que así es: se dará cuenta que ya le agarraron gusto al magresal y a la tripa de pescado; que no les importa otro árbol ni otra comida. Pasa lo mismo con esos zopilotes que nunca se bajan del cielo, cuando el cielo es azul, azul. Andan allá arriba volando suavecito, haciendo círculos en el aire, como jugando, como si hubieran nacido para estar volando siempre. O como esos otros, a los que uno encuentra comiéndose algún animal en medio del camino cuando va al potrero, o viene con el tercio de leña al hombro. Esos son los zopilotes que se comen todos los animales muertos. Es como si Dios hubiera repartido a unos para que estén volando en el cielo y a otros para que se coman la cosa muerta, los desperdicios. Así dice mi padre, o mejor dicho decía: el pobre ya no puede hablar porque está por morirse. Mi madre se ha pasado velándolo desde anoche en que le arreció la calentura y se puso más grave. Esa tos cascajosa de los últimos meses lo tiene así de enfermo y lo está matando; tal vez porque fumaba mucho. O a lo mejor es la vejez. Sí, eso debe ser. Ya está muy viejo. Es cierto que mi madre ya está vieja también pero no tanto como él. Cuando se casaron ella tenía apenas dieciséis años y él era ya un robusto pescador que rebasaba los treinta. Eso nos cuenta ella: "Era tan fuerte y trabajador" se lamenta y echa a llorar. Ahora mi padre es un anciano y se va a morir. A mi tío Juan ya le tocó, lo enterraron no hace mucho. Si aquella vez bajo el magresal tuvo la suerte de no morirse, ahora sí. Ni modo, así es esto de la muerte, ni sabe uno. Tal vez por eso anoche soñé que el magresal se derrumbó todito a causa de la gran zopilotada que se le acomodó encima. Primero llegaron unos pocos; después llegaron más y más, amontonándose en el magresal, ocupándolo todo; después unos sobre otros. Hasta que el añoso árbol no aguantó tanto peso y se vino al suelo, así sin ruido. Ya no vi o no me acuerdo si los zopilotes murieron en el porrazo o salieron volando alborotados.