taller tropical de tejido y bordado. Entrada libre.

viernes, 23 de octubre de 2009

Con los pies aquí...y con un alma de montaña.



"Con un alma de cruz y de montaña..."

Adoro los días nublados del otoño en Monterrey, siempre y cuando no llueva. Estos días son muy agradables, no nada más porque puedo usar los suéteres y la ropa de frío que tanto me gustan (aunque como dice Berenice, sean las mismas prendas desde el 97), sino porque el ambiente se presta a la tranquilidad. No hay ese calor insufrible que abraza cada poro de la ciudad en el verano, y existe un olor en el aire que nos invita a la reflexión, que nos permite jugar con la ilusión e imaginar que no hay tanta balacera, ni tanta niña robada, ni choques ni atropellados, ni nada, más que nubes, “friecito” rico, las ganas de café y cigarro.

Sin embargo, esa nostalgia que llega (que yo asocio a la alegría del anuncio del invierno, de vivir esa experiencia en la que me sigo sintiendo como turista, extranjero, gozoso de la novedad) me hace añorar mi Chiapas.

Mi Tuxtla con su parque de la marimba, refugio donde uno siempre puede tomar el fresco, o mi Chiapa de Corzo, el vecino de siempre, a donde podía ir a remojar mis pies en el río después de clases, y pensar. Si algo no se me quita es el placer de pensar, de hablar conmigo mismo, en voz baja o en silencio, acompañado del camión, el cerro o la bulla en Monterrey, o del almendro, la casa, la combi y el palo de mango en mi Tuxtla.

A veces, a la distancia, me despierto con la pregunta de espanto ¿seguirá siendo MI Tuxtla? Ese manojo de recuerdos que cambia con cada parpadeo al paso inverosímil de la era ..¿qué tanto sigue siendo mía, esa ciudad que yo caminaba con gusto, con su olor a café, a mango, a jocote curtido, a paleta lupita de cajeta, a saumerio, a la colón y al picte? ¿quién ha cambiado más, ella o yo?

¿Será que es mía aún? Lo es desde que la recuerdo y no me deja en paz, y sobre su memoria construyo mi Monterrey, que avanza igual , con piernas de acero, y que contemplo sus cambios y recovecos con asombro. Ese sí es mío, ni duda cabe, me lo dice a diario el cerro de las Mitras desde el día que llegué. Porque estoy aquí. Soy una célula entre varios de los tejidos que le dan vida a este ser llamado así: Monterrey. Pero cuando duermo, sueño Chiapas, sueño olores y colores que no se borran, que siguen esperando abrazarme cada indeterminado diciembre. Mi acento me llega a golpes, me dice que duerme en mis almohadas, que añora salir al sol, pero que no le dejan. Los acentos, las palabras, los enunciados de siempre, se mueven, se cruzan frente a mi y me lo recuerdan.

Hoy cuento los días para reencontrarme con ese aire, que nunca se mueve de Chiapas. Ese aire que nace y muere y vuelve a nacer entre su gente, esa que nunca se va, y se renueva también con nosotros, los que siempre volvemos.


CANTO A CHIAPAS.
Enoch Cancino Casahonda.


Chiapas es en el cosmos
lo que una flor al viento.

Es célula infinita
que sufre, llora y canta.

Invisible universo
que vibra, ríe y canta

Chiapas, un día lejano,
y serena y tranquila y transparente,
debió brotar del mar ebrio de espuma

o del cósmico vientre de una aurora.
… Y surgió, inadvertida
como un rezo de lluvia entre las hojas,
tenue como la brisa,
tierna como un suspiro;
pero surgió tan honda,
tan real, tan verdadera y tan eterna
como el dolor, que desde siempre riega
su trágica semilla por el mundo.

Desde entonces, Chiapas es en el cosmos
lo que una flor al viento.

Chiapas nació en mí:
con el beso primario en que mi madre

marcó el punto inicial del sentimiento.
Chiapas creció en mí:
con los primeros cuentos de mi abuelo,
en la voz de mi primer amigo,
y en la leyenda de mi primera novia.

Desde entonces, Chiapas es en mi sangre
Beso, voz y leyenda.
… y fue preciso
que el caudal de los años se rompiera
sobre mi triste vida solitaria,
como la espuma en flor, de roca en roca,
para saber que Chiapas no era sólo río
para saber que Chiapas no era sólo estrella,
brisa, luna, marimba y sortilegio.
Para saber que a veces también era
la indescriptible esencia de una lágrima.,
algo así como un grito que se apaga
y un suspiro de fe que se reprime.
(supe que Chiapas no era sólo el insomnio de la selva
besando la palabra de los vientos
y el río llorando epopeyas
en el torrente de las horas viejas…)

Percibí en ella
una sed insaciable de nuevos horizontes
una ansia inconfesada de compartir su vieja voz de arullo
su triste voz
(triste como la imagen del indio
clavada entre la cruz de sus caminos).

… Mas supe también que Chiapas era
el callejón aquel donde ladraba el tiempo,
aquel olor a lluvia que cantaba
la santidad de nuestras almas niñas
Y, supe además que a ratos era
una fiesta en el barrio,
el aroma infinito de una ofrenda
y una marimba desafiando al aire
profanado de cohetes y campanas

¡Chiapas!
he de volver a ti como un suspiro al viento
como un recuerdo al alma.
He de volver a ti

como el cordero fiel de la leyenda
para ser una nota, que perdida,
vague en la soledad de tus veredas
Para ser “uno más” entre tus redes,
tejidas con el hilo del incienso
y beber el poema de tus noches
en la leyenda azul de tus marimbas.
y cuando viejo, solo y abatido
se aproxime al final de mi existencia,
he de besar tu tierra para siempre.

A esa bendita tierra
que cual ella me hiciera:
con un alma de cruz
y de montaña.


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