El ídolo, por su parte, participa tejiendo la historia aunque no quiera. Se ve enredado entre los hilos y reacciona. Sus movimientos dejan de condicionar al tejedor y él mismo se coloca en la otra parte del telar. La incertidumbre que emerge entre ambos es un juego breve y etéreo, en el cual cada uno representa un papel intuitivo ante las reacciones y las miradas del otro. Los ojos puestos atentos condicionan la técnica. Ya sea huyendo despavorido, incapaz de manejar la atención puesta sobre sí, o bien reaccionando con sorpresa y halago ante la misma, la imposibilidad de ignorar por completo lo que el otro le arroja lo hace partícipe de una historia asimétrica, como el amor mismo.
Ambos se plantean preguntas imposibles.
Ambos escriben un texto improvisado.
Un haikú entre dos.
Un carente microrrelato .
Si ambos logran apropiarse de su correspondiente fugacidad, pueden entregarse al gozo de sus propias voces narrativas. Si esta rareza tiene lugar, podrían asistir juntos a la caída de la estatua, y se despedirían al término de la temporada teatral, fundiéndose en un bello abrazo luminoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario